Como ya sabemos, la
balanza de pagos es simplemente el instrumento contable que se utiliza para
poner de manifiesto cuál es nuestra posición frente al exterior, de tal forma
que mediante su análisis podemos concluir si nuestra economía tiene una
posición deudora o acreedora frente al resto del mundo, si tenemos capacidad de
financiación en nuestras relaciones internacionales, cuáles son las actividades
que resultan más atractivas fuera de nuestras fronteras o, por el contrario, aquellos
casos en los que la oferta extranjera resulta más atractiva para nuestros
nacionales.
Recientemente ha sido
enarbolado con sumo artificio el hecho de que nuestra economía se encuentre en
una situación de aproximación al superávit, sin embargo, deberíamos
preguntarnos acerca de las consecuencias de esta situación, sin olvidarnos de
las connotaciones positivas que comúnmente tiene la palabra superávit en el
español medio, que no necesariamente tiene que ser un experto en teoría
económica.
Partiendo de esta
exposición, cabe destacar que, como muchas otras materias de estudio económico,
el hecho de encontrarnos en una posición de superávit no es ni bueno, ni malo.
La respuesta a esta disyuntiva es, como resulta habitual en economía: “depende”.
¿Qué supone que nuestra
balanza tenga posición de superávit? Desde luego que resulta muy positivo que
nuestra oferta nacional se vea con buenos ojos en el exterior, que nuestro
tejido industrial produzca y que se coloque esta oferta. Llegados a este punto planteo
otra pregunta cuya respuesta no niego que pueda inducirse dirigida: ¿Nuestro
tejido productivo es tan competitivo que, además de satisfacer nuestra demanda
interna de forma suficiente, es extraordinariamente demandado y valorado en el
extranjero, lo que genera situación de superávit? O, por el contrario ¿Son
nuestros empresarios los que no tienen otra opción que posicionarse en el
extranjero , buscando nichos de mercado y segmentos fuera de nuestras fronteras
porque la demanda interna ha legado a tal punto que no puede sostener un nivel
de producción que sea óptimo a sus intereses? Mucho me temo que la respuesta a
la situación de superávit se encuentra mucho más en consonancia con esta
segunda pregunta, y que, aunque debamos de luchar por no perder cierto grado de
optimismo para la superación de la situación de depresión en que nos
encontramos, tampoco conviene que seamos completos marcianos a la situación
real en que se encuentra nuestro tejido empresarial y que se pongan en nuestro
conocimiento de forma transparente todos los datos que nos llevan a una
determinada situación para que cada uno de forma independiente y razonada
llegue a sus propias conclusiones.
Sin ánimo de mostrarme
radical ni de caer en la problemática de antiguos pensamientos de economías de
completo autoabastecimiento y cerradas al comercio exterior, es preciso que
consideremos que tampoco es razonable que el sostenimiento de un sistema
productivo se base principalmente en la demanda exterior, más aún cuando hemos
cedido un instrumento de política económica tan importante como la política
monetaria. Resaltar que en gran medida nuestra oferta exterior será mejor o
peor vista en función de que a nuestros consumidores les resulte más barato o
menos el cambio entre su moneda y el Euro, por lo que estamos dependiendo de
manera bastante importante de un parámetro que no controlamos y que, desde un
punto de vista personal me hace sentir cierto grado de incertidumbre acerca de
su posible mantenimiento más allá de perspectivas meramente cortoplacistas.
En conclusión, y sin
querer caer en extremismos, resulta positivo que nuestras empresas sean
conocidas en el exterior y nuestra oferta bien valorada en el extranjero, pero
sí que quiero incentivar cierto grado de crítica con los datos e información
que nos proporciona nuestro entramado económico-legislativo-político que,
desgraciadamente y con independencia de colores o tendencias, no viene a ser
todo lo cristalino que debiera en la mayoría de los casos.
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